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17 feb 2013

Momento entre la yerba DMT, la historia que tengo en la cabeza entre mi otra parte y yo. Y la humanidad, claro. Nada con él.


Ella, la bienamada, aliada, caila, poderosa diosa, compañera de momentos selectos, verde vieja, caprichosa alcahueta, me lo dijo en las últimas transmisiones, cuando ya se diluía por su dimensión sublime: “Tienes que ser mejor que él”, por íntima telepatía me dijo. Abrí los ojos sonriendo, y pensé, bueno, ahí tengo mi respuesta. Y así dejé caer mi azotea por esta corriente, en busca del siguiente estanque.

Casi me desintegro en el intento. Confines de bajuras, paredes subterráneas de constricción, ínfulas pantagruélicas, abismos de infinito, raíces adventicias. Ahora ya terminado el ciclo, respiro. Y todavía un poco sedada, escalofriada, amedrantada, rebasada, me gustaría dirigirme a ella. DMT, dime, espíritu de las muecas psicodélicas, del ritmo y el hechizo, dime: ¿cómo que voy a ser mejor? Risa maligna que termina en tos. Todos mis respetos, estabas algo dudosa, pero, ¿no tenías una respuesta mejor? Dejemos de poner la palabra mejor.

Escribo este papel que está ahora en blanco, pero es inútil pensar que es pasar página. No tardaré en añadirlo a los otros, por más maravilla que vea en cada aleteo de mariposa (que antes fue larva, como yo ahora). Esta historia mía, mía y sólo mía, de mi cabeza, un poco de la DMT, un poco del tiempo, otro del mundo, pero nunca de él como alguien más especial que el resto. De total y absoluto de él y sólo él como yo pensaba. No, esta historia es de cualquier cosa menos de él, no tiene casi nada que ver. Prefiero decir de toda la humanidad y sus caídas, y encíclicas venidas arriba. Estamos aprendiendo, todos me dicen, y también les dije a todos tantas veces. Habrá que creerlo.